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IGLESIA Y SEXUALIDAD

La denuncia de Pedro Salinas y sus antecedentes

La puta, la gran puta, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina tiene cuentas pendientes.

—Fernando Vallejo

Publicado: 2015-10-27


La valiente denuncia de muchas personas contra los abusos (sexuales y psicológicos) de la iglesia católica por fin han tenido eco en el Perú. Gracias a Pedro Salinas, el dedo en la llaga ya provoca reacciones.

Los abusos sexuales perpetrados por curas no deben ser tomados como excepciones. La Iglesia —a diferencia de lo que muchos desinformados creen— no ha sido una organización pro-vida, tampoco ha sido bondadosa ni virtuosa. Nació despotricando contra el ser humano y se ha debatido entre una teoría furiosa contra la sexualidad y una práctica perversa de ella. Ya en el siglo III los prejuicios contra el cuerpo humano se convirtieron en ferviente caldo de cultivo para lastimosos autotormentos y delitos contra la sexualidad.

Numerosas voces —dentro y fuera de la Iglesia— denunciaron las perversiones, pero con el tiempo no solo fueron olvidadas, sino incluso castigadas. Triunfó el encubrimiento al punto de organizarse a la perfección. Lo que nos enteramos gracias a Pedro Salinas es solo un minúsculo pétalo en el enorme jardín del Edén de la corrupta historia de la sexualidad dentro de la Iglesia.

Basta revisar unos cuantos libros de historia para comprobarlo. Ahora recurriré al libro Vida sexual en el cristianismo de Karlheinz Deschner. Este libro contiene pasajes que permitirán entender qué subyace a la lógica demencial para quienes es “anormal” sentir placer, pero muy “normal” abusar sexualmente de jóvenes. A continuación, parafraseo extractos bajo títulos que sugieren los aparentes mandamientos de ciertas congregaciones religiosas.


NACÍ PECADOR, NO DEBO DISFRUTAR

Los padres de la Iglesia se desvivieron argumentando que la naturaleza —incluso la humana— es despreciable. ¿Por qué? Pues porque era la manera más eficaz de hacer sentir inferiores a sus seguidores para luego subordinarlos sin piedad. Veamos a algunos de estos "amantísimos padres" (página 88):

-  Clemente de Alejandría (siglo II) proscribe el maquillaje, los adornos y el baile, y recomienda renunciar a la carne y el vino hasta la vejez.

-  Orígenes (siglo III) exige una vida de constante penitencia y lacrimógenas meditaciones sobre el Juicio Final.  

-  Lactancio (siglo III) detecta en el perfume de una flor un arma del diablo. 

-  Gregorio de Nisa (siglo IV) compara la existencia con un «asqueroso excremento».  

-  Zenón de Verona (siglo IV): afirma que la mayor gloria de la virtud cristiana es «pisotear la naturaleza».  

-  Santa Teresa (siglo XVI): «toda la vida está llena de engaño y falsedad», «nada hay sino mentira», «nada más que inmundicia», «todo lo terrenal es asqueroso: el agua, los campos, las flores; todo esto me parece basura».


NO SOY NI PIENSO PARA QUE ME QUIERA DIOS

No fueron pocos los que se rebelaron contra el desprecio al mundo y apelaron a la razón para argumentar. No faltaron "amorosos" padres de la Iglesia que respondieron y sus respuestas son utilizadas hoy para sustentar una ideología dañina (páginas 88 y 89):

-  Juan Clímaco (siglo VII): «el monje debe ser un animal obediente dotado de razón».

-  San Pablo (si existió, fue en el siglo I): «Si alguno se cree sabio según este mundo, hágase necio para llegar a ser sabio».


PARA SER CASTO ME TORTURO

Los sufrimientos a que han sido sometidos muchos jóvenes del Sodalicio para controlar sus impulsos sexuales no son invención de Luis Fernando Figari, Germán Doig y otros curas de esa congregación, sino que se remontan a la teoría y la práctica de la Iglesia desde sus primeros siglos. Al inicio, se trataba de actos voluntarios, pero poco a poco se convirtieron en obligaciones. Veamos las hazañas antisexuales de algunos santos (páginas 94 a 97):

-   Muchos monjes utilizaron la infibulación (colocación de un anillo en el pene) para preservar su castidad con anillos de hasta 15 centímetros de diámetro y más de 100 gramos.

-   Orígenes (siglo III) se emasculó, acto que fue elogiado por el obispo e historiador Eusebio (siglo III) como «magnífico testimonio de su fe y de su continencia».

-   Pacomio (siglo III) estuvo a punto de dejarse morder el falo por una serpiente, pero escuchó una voz interior: «¡ve y lucha!»

-   Evagrio (siglo IV), durante el invierno se lanzó a una fuente y enfrió su ardor sexual en ella durante toda la noche.

-   San Macario (siglo IV) se lanzó desnudo entre las hormigas.

-   San Benito (siglo V) «se tendió sobre espinas y se arañó furiosamente el trasero», según Lutero.

-   Pedro Damián (siglo XI), Doctor de la Iglesia, recomendaba controlar los impulsos sexuales aplicando un hierro ardiente al pene

-   El papa Inocencio XI (siglo XVII) prohibió estrictamente que se acabara con las autotorturas para reprimir los deseos sexuales y el sínodo de Issy condenó toda creencia contraria como «una loca doctrina herética».


SOY COCHINO PARA SER PURO

Odiar el propio cuerpo era un indicio de santidad durante la Edad Media. Puede parecer risible, pero muchos santos sumaron esta vía a las otras prácticas vejatorias contra ellos mismos (página 98).

-   Francisco de Asís (siglo XIII) y Benito de Aniano (siglo VIII) se bañaron muy pocas veces durante sus vidas religiosas.

-   Durante la Edad Media, la inmundicia de los monjes era tan conocida que hasta se les llamaba «pissintunicis» (meadores de hábitos).


¡AZÓTAME POR DIOS!

Los castigos físicos infligidos a los sodálites tienen una profunda raíz en la Edad Media. Era una retorcida forma adicional de purificarse para su dios (páginas 100 a 103).

-   En la Edad Media, tres mil azotes correspondían a un año de expiación.

-   Durante el Medioevo, las carmelitas descalzas tenían que azotarse los viernes «por la propagación de la fe, por sus benefactores y por las almas del purgatorio». Cobraban palos adicionales si cantaban o leían de modo distinto al acostumbrado, si charlaban sin permiso o hablaban de forma inconveniente, etcétera. Y eran golpeadas por cada «culpa grave».

-   Un dominico del monasterio de Fontavellano se metió en una coraza de hierro durante quince años, lo que le valió el título de “Loricatus el Acorazado”.

-   Pedro Damián (siglo XI), cardenal y Doctor de la Iglesia, afirmó que si cincuenta azotes era una pena permitida y buena, una de sesenta, cien, doscientos -y por qué no mil- era mejor.

-   El dominico Heinrich Seuse (siglo XIV) se flagelaba diariamente y llevó a sus espaldas durante ocho años, día y noche, una cruz con treinta clavos.

-   Santa Teresa (siglo XVI) clamaba: «¡padecer constantemente y después morir!»

-   Santa María Magdalena dei Pazzi (siglo XVI) corrige a Santa Teresa con un aire más tenebroso: «padecer constantemente, pero sin morir» mientras se revolcaba entre espinas, o se dejaba caer la cera ardiendo sobre su piel, o se hacía insultar, patear la cara y azotar.

-   El jesuíta Johannes Berchmanns (siglo XVII) huía de la mirada de mujeres y hombres arrastrándose por la tierra sobre sus rodillas desnudas mientras rezaba, suspiraba y gemía. También se flagelaba entre tres y cuatro veces por semana y los días de fiesta llevaba un cilicio.

-   La santa Marguerite Marie Alacoque (siglo XVII) afirmaba que «solo el dolor hace soportable la vida».


ME SABE DIVINO

Si bañarse era pecado y si las flores y el campo eran asquerosos, las heces, los piojos y las costras eran manjares para los dementes que se hicieron santos. Por eso no resulta extraño que entre los sodalites se pregunten qué de malo hay en someter a los jóvenes a vejámenes si muchos alcanzaron la santidad así (páginas 104 y 105).

-   Santa Ángela de Foligno (siglo XIII), que consumía el agua de baño de los leprosos, escribió: «Un trozo de costra de las heridas de los leprosos se quedó atravesado en mi garganta. En lugar de escupirlo, hice un gran esfuerzo por terminar de tragarlo, y lo conseguí. Era como si hubiese comulgado, ni más ni menos. Nunca seré capaz de expresar el deleite que me sobrevino».

-   Catalina de Genova (siglo XV) masticaba la porquería de los harapos de los pobres, tragándose el barro y los piojos. Fue canonizada en 1737.

-   Marie Alacoque (siglo XVII) bebía agua de lavar, comía pan enmohecido y fruta podrida, una vez limpió el esputo de un paciente lamiéndolo y en su autobiografía describe la dicha que sintió cuando llenó su boca con los excrementos de un hombre que padecía de diarrea. Pío IX la proclamó santa.

ZOOFILIA O CUANDO NO PUEDO MÁS

La represión sexual llegó a tal punto durante la Edad Media que ni los animales se salvaban. Frente a esto, la Iglesia, consternada, tuvo que prohibir ciertas costumbres y dictar sentencias que iban desde cárcel para el humano hasta la hoguera para el pobre animal (página 142).

-   El abad Platón (siglo IX) expulsó del área de su monasterio a todos los animales hembras.

-   Francisco de Asís (siglo XIII), el amigo de los animales, se vio obligado en su segunda regla a prohibir «tanto clérigos como laicos, que tuvieran un animal».

-   Conrado de Jungingen, gran maestre de la Orden Teutónica (siglo XIV) prohibió «cualquier clase de animal hembra en la casa de la Orden».


ME RINDO CON DESENFRENO

Cuando la zoofilia no era suficiente o —por motivos personales— no se deseaba, la violación y las orgías eran alternativas. No fue extraño que altas autoridades eclesiásticas también tuvieran a su cargo lupanares y sean eximios tratantes de blancas. Los escándalos sexuales —que solían incluir asesinatos— nunca fueron extraños en la Iglesia. Las denuncias actuales no sorprenden a quienes estamos informados pues más que una tradición resulta una característica connatural de la Iglesia (páginas 145, 209 y 210).

-   Desde el siglo III se celebraban orgías de clérigos y religiosas.

-   El sínodo de Elvira (siglo IV) denuncia a obispos, sacerdotes y diáconos rijosos, así como a «adúlteras mujeres de clérigos», «catecúmenas infanticidas» y «pederastas».

-   San Jerónimo (siglo IV) menciona a sacerdotes cuyo único propósito era «poder mirar con más libertad a las mujeres».

-   En el sínodo de Troslé (siglo X), los reunidos confiesan que «la peste de la lujuria salpica a la Iglesia de tal manera que los sacerdotes, que debían alejar a los demás de la corrupción de esta enfermedad, se pudren en la inmundicia».

-   El obispo Raterio de Verona (siglo X) reconoce que si suspendiera a todos los sacerdotes que incumplen el precepto de castidad sólo le quedarían los niños. «Por decirlo en una frase, la razón de la corrupción del pueblo son los clérigos. Nuestros religiosos, lamentablemente, son mucho peores que los laicos».

-   En Romanía, la esposa del margrave de Toscana consiguió que su amante, Juan, fuera ascendido a arzobispo y luego a Papa (Juan X, 914-928). Este murió en la cárcel por instigación de la hermana, Marozia, que se lió con el papa Sergio III y promovió al fruto de estos amores a la condición de Vicario de Cristo: Juan XI, Papa a los 25 años, que poco después fue liquidado.

-   Juan XII, papa a los 18 años, se acostaba con sus propias hermanas y dirigió un negocio de trata de blancas hasta que, en el año 964, murió en pleno adulterio.

-   El prepósito Gerhoh (siglo XII) informa que los canónigos de la diócesis de Salzburgo corrían «de casa en casa» para acostarse, casi impunemente, con las mujeres de todos los demás. «Ninguno es denunciado puesto que todos hacen lo mismo», comenta en la Historia calamitatum Salisburgensis ecclesiae.

-   Enrique de Melk (siglo XII), cofrade y poeta austríaco, relataba cómo los sacerdotes «desmienten con su mala vida la castidad que elogian en sus sermones».

-   En Alemania, el cisterciense Cesáreo de Heisterbach (siglo XII) afirmaba que, ante las persecuciones de los clérigos, «ninguna existencia femenina» estaba segura: «a la monja no la protege su estado; doncellas y señoras, rameras y nobles damas están amenazadas por igual. Cualquier lugar y cualquier momento son buenos para la lujuria: unos se entregan a ella medio del campo, cuando se dirigen a la ermita, -otros en la iglesia, cuando escuchan la confesión. El que se contenta con una concubina, casi parece honorable».

-  Honorio III (siglo XII) aseguraba que los sacerdotes «están corrompidos y conducen a la perdición a los pueblos». 

-   Enrique (siglo XIII), obispo de Basilea, dejó a su muerte veinte vástagos, mientras que el obispo de Lüttiich llegó a la cifra de sesenta y uno.

-   El arzobispo de Besançon (siglo XIII) mantuvo relación con una pariente consanguínea, la abadesa de Reaumair-Mont y dejó embarazada a una monja, además de acostarse con la hija de un religioso.

-   En el siglo XIII, el papa Inocencio III dice que los sacerdotes son «más inmorales que los laicos»;

-   Alejandro IV (siglo XIII) afirma «que la gente, en lugar de ser corregida por los religiosos, es completamente corrompida por ellos».

-   Gregorio X (siglo XIII) escribió al obispo Enrique de Lüttlich: «Hemos sabido que incurres en simonía, fornicaciones y otros crímenes, que te entregas completamente al placer y a la concupiscencia de la carne y has tenido varios hijos e hijas. También has tomado públicamente como concubina a una abadesa y, en medio de un banquete, has reconocido desvergonzadamente ante todos los presentes que habías tenido catorce hijos en un lapso de veintidós meses (...)».

- El zar Iván III (siglo XVI), ante tanto descalabro sexual, tuvo que decretar «que monjes y monjas no vivan nunca juntos».

-   Iván IV (siglo XVI) instituyó un tribunal laico para la vigilancia de la moral de los sacerdotes porque «los monjes mantienen sirvientes y son tan desvergonzados que llevan mujerzuelas al monasterio para derrochar los bienes de éste en vicios y entregarse a la lujuria general […] también se dan a la sodomía».


QUIÉREME O TE MATO

Los ardores sexuales de los curas eran pagados por víctimas que, si se resistían, sufrían penas peores, incluso la muerte. Cualquier parecido con la actualidad NO es coincidencia, es tradición (páginas 212 y 213).

-   El tristemente famoso inquisidor Robert le Bougre (siglo XIII) amenazaba con la hoguera a las mujeres que no se sometían a él.

-   El inquisidor Foulques de Saint-George (siglo XIII) hacía encarcelar a las más tercas como herejes con tal de conseguir sus propósitos.


DIOS QUE NO VE, PECADO QUE NO SIENTE

Las denuncias contra los abusos sexuales de los curas no prosperaban o si lo hacían se debía a que el escándalo era enorme o el perpetrador era enemigo del castigador. Estos últimos casos eran poco frecuentes, pues las enemistades solían resolverse con lucrativos tratos. Para salvar las almas de los pobres curas pecadores, la Iglesia no tuvo mejor idea que “reglamentar” sus desenfrenos con discursos teológicos muy grotescos, por ejemplo, si se mantenía relaciones sexuales en la iglesia y cementerio, solo se contaminaban estos espacios si «las acciones impúdicas son públicas y notorias» y no se consideraban sagrados ciertos lugares («ni la sacristía, cuando haya alguna edificación adosada de este tipo, ni el almacén de la iglesia, ni la cripta, ni la torre») por lo que no quedan afectadas por un «sacrilegio local» (página 381).

En la actualidad, la legislación católica continúa su tradición absurda al medir los pecados entre padre e hija, madre e hijo, padrastro e hijastra, yerno y suegra, suegro y nuera, tutor y pupilo, los pecados «del cura con su feligrés», los que «el sacerdote comete con el penitente», los «cometidos por o con alguien del estado religioso» o los cometidos por alguien del estado religioso con otro religioso, etc. (página 381).


LA INFORMACIÓN ES NECESARIA PARA OPINAR
Resulta importante e imprescindible informarnos sobre la historia de la Iglesia para saber a qué se enfrentan quienes son abusados sexual o psicológicamente. Los perpetradores no son seres humanos descarriados que se alejan de las enseñanzas cristianas: todo lo contrario, son personas que sustentan sus actos en la tradición católica y en su actual aparato encubridor. Ningún Papa ha sido ni será inocente, todos conocen de dónde provienen, todos saben qué sucede. Francisco también.



Escrito por

Doriss Vera

Literata y educadora


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