LOS 37 MUERTOS Y DIOS
Sobre los designios divinos y la libertad
En el Perú, tomar un bus puede significar un atajo hacia la muerte, como lo confirma la última tragedia ocasionada por una negligencia de tránsito (me resisto a escribir “accidente”): hasta ahora son 37 muertos. Como en casos similares, se han desatado comentarios religiosos que intentan hurgar en los celestiales motivos, sobre todo porque la mayoría de las víctimas fueron miembros del Movimiento Misionero Mundial que -para ahondar en el escándalo divino- viajaron a Lima con el fin de participar en un congreso nacional de su religión.
Frente a los 37 muertos caben ciertas preguntas: ¿Por qué dios permite que mueran así sus fieles? ¿Por qué permitió que muriera una madre con sus dos hijos? ¿Por qué murió un bebé de 7 meses? Los creyentes responderán que dios quería rodearse de “almas” buenas.
Cada quien es libre de pensar lo que se le antoje. Eso incluye la discrepancia y la crítica. Pues bien, este artículo es sobre mi crítica a las respuestas de los creyentes.
Asumamos que existe un dios. Ahora pensemos ¿por qué crearía almas buenas, las encarnaría y luego se las llevaría? ¿Las extraña? ¿Acaso no se supone que dios es omnipresente? Algunos dirán que eran muy buenas personas para este mundo. ¿Entonces dios cometió un error por exceso y luego se arrepintió? Recordemos que hay un bebé de 7 meses muerto que no ha tenido tiempo para ser bueno o malo.
Pero la muerte del bebé no deja de ser terriblemente irónica pues, poco antes, los católicos habían realizado una marcha contra el aborto (me niego a llamarla “pro-vida”). Si existiera dios y si además diera señales, ¿qué significaría esta señal? Por un momento ignoremos que la Iglesia católica estuvo a favor del aborto en el pasado, ceguémonos y pensemos que siempre ha estado en contra. Ahora bien, la pregunta es obvia: ¿dios está en contra del aborto pero deja que nazca un bebé y lo destina a morir a los 7 meses? Intentar una respuesta lógica es imposible. Dirán que como fue bebé, fue bueno, porque todas las personas nacen buenas y luego se hacen malas. Si es así, entonces, ¿por qué dios no se lleva a todos en cuanto nacen?, o mejor: ¿por qué encarna tanta alma buena? Además, si el alma se une al cuerpo durante la concepción, ¿qué diferencia hay entre un aborto y una muerte a los 7 meses de vida?
Ahora centrémonos en la realidad cruel del Perú: una niña es violada y sale embarazada. La religión obliga a la niña a ser madre contra su voluntad y por la fuerza, pues si aborta es tildada de asesina. Esta postura no debería sorprendernos, solo basta recordar que Jesús fue producto de una violación divina a María (pueden ver mi artículo sobre este tema). Sin embargo, frente a la muerte del bebé de 7 meses solo resta preguntar si es que dios, además de violador, no será asesino… y de los sádicos.
Las reacciones airadas y escandalizadas no se harán esperar, las respuestas absurdas llevarán a más preguntas que obtendrán respuestas cada vez menos lógicas. Los creyentes —muy furiosos a estas alturas— terminarán por decir que no podemos comprender los designios de dios pues nuestro cerebro no lo permite y solo debemos aceptar lo que sucede.
¿Quién tiene la razón? ¿Debemos explicar todo recurriendo a la divinidad? ¿Debemos ordenar nuestras vidas según los cánones de una religión? Pues sí: dios debe ser la explicación final de todo y se debe seguir sus normas, pero solo si se cree en él. Intentar imponer una creencia siempre lleva al odio y termina en sangre.
Explicar la muerte y las desgracias recurriendo a motivos divinos puede ser tranquilizador para algunas personas. Están en su derecho: si les permite continuar con su vida sin que su psique se trastorne, es estupendo. Explicar la propia vida y regirla según los cánones de la divinidad adoptada también es un derecho, incluso a muchos les ayuda a contener sus más bajas pasiones por temor al castigo. Vaya y pase. Lo que no constituye un derecho es obligar a que los demás expliquen y rijan sus vidas por la deidad de turno. Los demás tenemos el derecho a pensar distinto y criticar.
Soy atea, pero eso no significa que espere o intente que la humanidad sea atea, sino todo lo contrario: apoyo el laicismo. Lo hago de la mano de personas creyentes con las que discrepo en muchos puntos y con las que he tendido el puente de la libertad para conversar y convivir. La libertad implica poder discrepar del resto —e incluso sentir que las ideas propias son las mejores—, pero no imponerlas: eso es lo que garantiza un verdadero Estado Laico.